Apartamento Tulaytulah

Tulaytulah, es el nombre que recibió Toledo en su época musulmana. La capital del reino visigodo (Toletum) fue tomada por los invasores musulmanes en el año 714 y no volvió a ser cristiana hasta el 25 de mayo de 1085, cuando el rey Alfonso VI entró victorioso en ella.

En tiempos de Abderramán I, (mediados del siglo VIII), se adoptaron una serie de reformas para mejor administrar los nuevos territorios conquistados, una de ellas fue dividir el territorio en coras o quras a cuyo frente se encontraba un gobernador con funciones militares y fiscales. Las mayores coras, las más militarizadas y con mayor propensión a la rebelión, debido a la concentración del poder político y del militar en manos de una sola persona, eran las situadas en la frontera y se llamarán marcas. Se establecerán tres, entre ellas la marca media con capital en Tulaytulah.

En estas marcas surgirá un movimiento independentista frente al resto de al-Ándalus. Este movimiento se dio especialmente en la marca superior y sobre todo en Tulaytulah y para neutralizarla y controlarla crearon una ciudad al norte, Madrid, y otro al sur, Calatrava la Vieja. Y paradojas de la historia ahora Madrid es la capital de España. Tulaytulah no será sometida a la obediencia califal hasta los tiempos de Abderramán III (s. X).

De la ciudad musulmana quedan aún importantes vestigios en la ciudad: nombres de calles, como la cercana plaza de Zocodover, leyendas, restos arqueológicos y algunos emblemáticos edificios, como las mezquitas del Cristo de la Luz, la más bella, y la de Tornerías, así como el trazado sinuoso de sus estrechas calles, que hacen vivir al caminante la sensación de encontrarse en un laberinto sin salida.

De todas las leyendas sobre la etapa musulmana de la ciudad, quiero contarles una, precisamente porque alude al carácter levantisco y rebelde de los toledanos, es la de “Una noche Toledana” o “La noche del foso”:

En el año 812 gobernaba Tulaytulah Jusuf-ben-Amrú, hijo de un célebre caudillo sarraceno, era un joven déspota y cruel y cometía todo tipo de impiedades y abusos de poder, gobernando mal tan importante ciudad. El pueblo y los nobles sólo soportaban la situación porque era hijo de un apreciado guerrero y consejero favorito del califa Al-Hakem, pero hartos ya de sus desvaríos se levantaron contra él y hubieran acabado con su vida sino hubiera sido porque un notable y noble anciano: Muley, al que todos respetaban, intercedió por el joven wazir. Muley prometió al pueblo encarcelarlo en el alcázar y enviar mensaje al califa relatándole los hechos y esperar a que éste nombrase nuevo wazir y dispusiese lo procedente para con el depuesto Amrú. El califa, al recibir la noticia dio cuenta de ella al padre del joven que, trémulo de ira y rabia, le pidió al califa ser nombrado nuevo wazir para reparar los desmanes de su hijo. El califa accedió y ordenó que el joven, lejos de ser castigado, fuera enviado a gobernar una ciudad más pequeña: Tudela

El padre llegó a Toledo y envió a su hijo a Tudela, no sin antes pedirle el nombre de los nobles que le depusieron, y así, transcurrieron dos años en los que el padre ejerció sus funciones como un gobernador ejemplar, pero rumiando la venganza.

La ocasión para consumar su venganza se presentó cuando el príncipe Abderramán pasó por Toledo en su viaje a Zaragoza. Aprovechando la ocasión, el vil gobernador organizó una fiesta en su palacio en honor del príncipe e invitó a los nobles de la ciudad, que confiados, se presentaron a la hora señalada, pero éstos fueron asesinados según iban llegando al patio del palacio. Al día siguiente el pueblo vio con consternación y rabia cuatrocientas cabezas colgadas de las almenas del palacio, entre ellas destacaba la del noble anciano: Muley, que salvó la vida al vil joven. Del palacio donde sucedieron los hechos, sólo se sabe que estuvo situado en el actual barrio de San Cristóbal, con su afamado paseo. Los toledanos jamás perdonaron ni olvidaron lo sucedido.